martes, julio 06, 2010

¿Conformismo?

Desde purrete, y durante gran parte de mi infancia, fantaseaba, como tantos otros que no van a confesarlo, con ser agraciado con alguno de los poderes de mis superhéroes favoritos.

Algunas veces, recuerdo que me concentraba muchísimo, cerraba los puños y saltaba lo más alto posible con la total certeza de que saldría volando.
Otras, entrecerraba los ojos y paraba las orejas, creyendo que lograría escuchar a largas distancias.
En oportunidades, me encontré con que seguía visible, al reabrir los ojos, luego de poner todos mis deseos y energías en desaparecer y hacer el bien sin ser advertido.
Las frustraciones se sucedieron, a su vez, para los intentos de poseer una fuerza sobrehumana, como Superman o ser tan veloz como Flash o lanzar, aunque sea, un hadou-ken.

Con el tiempo fui aprendiendo
a conformarme con liberar la mente y que sea ella quien pegue los mejores viajes, que hay motivos y medios de sobra
que menos mal que no escucho más que lo normal, porque me explotaría la cabeza con tanta mierda
que ya soy invisible, ahora que no quiero y a pesar de que los espejos devuelvan mi imagen
que la fuerza que se impone finalmente es la interna, sostenida en los ideales, valores y convicciones, y que tiene que ser motor, a pesar de que todo tienda a debilitarnos
que las que tienen que ir rápido son las ideas y las verdades, no debe haber apuro para vivir, que nos perderíamos de mucho
que de mis manos no quiero que salgan más que cosas productivas, muestras de afecto y palabras. 

viernes, mayo 21, 2010

Quizás sea genético



Algunos la habrán leído cuando fue publicada y sólo tengo que recordársela, a otros se la presento: mi segunda entrada.

Después de algunos meses, puedo decir que la situación aquella prescribió y quedó en el olvido. Hasta hoy.
Pero no porque haya recibido algún agravio, para nada. Sino que, gracias a un chiste que un PROFESOR hizo anoche, me enteré de esto:



Quizás encontremos alguna explicación aceptable al tipo de conducta violenta y primitiva que cuestionaba entonces.
Sólo resta ver qué arrojan los resultados de los análisis acerca de para qué sirve ese entre 1 y 4 por ciento de genes de origen neandertal, y si se manifestaría como intuyo.

Je !.

miércoles, mayo 19, 2010

Fuerza Natural

Hace aproximadamente un año y algunos meses, leyendo el primer texto de la materia Psicología Social, una ficha sobre la historia de la disciplina, me encontré con un fragmento de un texto que me supo hacer ruido y que, cada tanto, recuerdo. Dice así:

Los fenómenos de masas eclipsan todas las características humanas individuales positivas. El ascenso de las masas coincide con la declinación de la civilización, ya que el alma colectiva, a través de la sugestión y el contagio, propende una conducta inconciente e irracional, de modo que los hombres sienten, piensan y actúan de un modo completamente distinto a como lo haría cada uno de ellos por separado. La masa se transforma así en una entidad psicológica distintiva e independiente de los miembros que la componen.
Gustav Le Bon, en La psychologie des foules, 1895 (Psicología de las Masas, 1896)


Llamó mi atención por el carácter universal del concepto, y lo aplicable que es a innumerable cantidad de fenómenos sociales. Obviamente que el autor no pensó en cosas tan básicas, chatas y particulares como las que se me están ocurriendo a mí.

¿En qué pienso?
En la rivalidad histórica planteada entre los seguidores de Soda Stereo, por un lado, y los de Sumo, Los Redondos, Divididos, Las Pelotas, La Renga, por el otro. En como, por haber sido durante muchos años asiduo concurrente a recitales de estas bandas (obviamente, por la mala suerte de haber nacido en el ‘85, no hablo de Sumo y, por desgracia, tampoco de Los Redondos, pero sí del resto de las del segundo grupo), muchas veces entoné, sin pensar, un cántico del que, con el tiempo, me arrepentí y dejé de compartir con la turba: el archiconocido “Luca no se murió, Luca no se murió… (ya saben quién debería morirse para aquellos a los que les gusta terminar la frase)”.

Es una animalada, de una violencia y desconsideración tremendas, el sostener esa idea. Pero el verdadero mea culpa, el realmente sentido, lo hice hace algunos años, cuando me digné a interiorizarme en la carrera de Soda y de Cerati como solista. Aclaro que hoy no los escucho. Gustavo A MÍ no me dice nada y ya se me pasó la fiebre del “Me verás volver” (que me duró poco). Me gusta otro estilo de hacer música, claramente. Me identifico con otras banderas y mensajes. Pero no puedo dejar de respetarlos muchísimo como figuras. Y, musicalmente, los admiro.

Todo esto viene a cuento de lo mal que la está pasando Cerati en Venezuela.
Y de que desde el momento en que me enteré, no pude dejar de escucharme entonar esa barbaridad.
A partir de ahí, me pregunté qué pensará el resto de la gente que lo sigue coreando. Si realmente pasan por ahí sus sentimientos, digo, individuales; o si son la sugestión, el contagio, la influencia, el alma colectiva que habla a través de ellos.

Por mi parte, deseo que se recupere pronto y bien.
Desde mi humilde lugar, van mis buenas vibras. 

No nos acostumbremos




Un lindo tema, con un mensaje que espero que llegue, de una gran banda. 
Denle una oportunidad, van a ver que les va a gustar.

miércoles, mayo 05, 2010

Presunción de culpabilidad

    Anoche, hablando con una amiga, y luego con otra, a quien le planteé el tema de la discusión que sostenía con la anterior, me puse a pensar un poco (más) acerca de una de las facetas de la vida en la ciudad: la inseguridad (¿sensación?) y la desconfianza, que lleva inevitablemente a la discriminación, en el mal sentido.

    ¿Y qué querés que te diga?

Yo me rehúso terminantemente a caminar la vida sospechando que todos son culpables hasta tanto se demuestre su inocencia. 

    Ayer mismo, al salir de la facultad, esperando el colectivo, presencié de cerca cómo ni un taxi se dignaba a pararle a un pobre laburante, que sólo quería que lo arrimasen un tramo del camino, porque no tenía plata para pagar el viaje entero hasta su casa. Andaba algo desaliñado, si afeitarse y con una bolsa a lo Don Ramón, como si fuera una sábana con la que envolvía algunas pertenencias. Indignado, me pidió un cigarrillo y se sentó a fumar en el cordón. Me dijo que quería viajar en auto porque, como venían los colectivos de atestados a esas horas, no iba a poder subir con el bulto ese. "¿Y qué llevás ahí?", no me pidan que explique porqué me animé a preguntarle. Me respondió que era ropa para los chicos del barrio. Que trabajaba en una textil, y se aventuraba a esconder algunas prendas falladas. "Si las tiran, o pasan a retazos, no se les ocurre que alguien todavía se puede vestir con esto", me dijo, palabras más, palabras menos. El muchacho merecía que lo llevaran gratis. Pero no, socialmente construimos infinidad de señores K.(*), en estado de acusación permanente, sin tener la posibilidad de presentar una defensa racional contra la fuerza de prejuicio. No solo eso, de la mano, viene la discriminación.

    No sé cuánto más habrá tenido que esperar este hombre. En lo que a mí respecta, vino el 56 y emprendí el retorno a casa, no pudiendo sacarme esto de la cabeza por un buen rato.



(*) N de R. Con señores K. me refiero a Joseph K., personaje de El proceso, de Kafka. No sea cosa que algún politiquero oficialista fanático me salte a la yugular. 

martes, abril 13, 2010

Piove...

Amo la lluvia cuando es como la que cayó hoy durante todo el día.
Ni muy muy, ni tan tan.
Cae constante, pero sin prisa, sin pausa.
No hay viento que arremoline y haga que la gente vire sus paraguas en todas direcciones, según el punto cardinal con el que se encapriche Eolo a cada rato.
No diluvia. 
No truena, así que tengo la tranquilidad de que mi perro no me va a romper la puerta de casa.
No se inunda Juan B. Justo. Y no se le va a hacer eterno el retorno a los hogares a los laburantes. No va a haber botes y buzos tácticos pintados de amarillo en Palermo y Belgrano.
No garúan esas gotitas tan frías y tan de mierda que son como agujitas que te van pinchando la paciencia.


Me encanta mi ciudad bajo el agua.
Se deja caminar. Y lo hice durante buen rato de la tarde. Buena terapia. 
No me importa estar un rato con la melena, la barba y las medias mojadas en clase. 
Me piso y arrastro el jean con gusto. 
Disfruto ver como los lentes de los anteojos se mojan, mientras hago que veo cómo no viene el 96 que me lleva a la facu.




(Lo que sí me molesta un poco, y trato de evitar, es que se me humedezcan y estropeen los bordes de las hojas de los libros y cuadernos. Es casi de lo único que me cuido. De eso, y de no estar muy cerca de la calle, que hay bastante hijoe’puta que se divierte empapando con agua y mugre, acumuladas en los cordones, a cuanto peatón encuentre desprevenido).

Sobre todo, me divierte encontrar gente en mi misma sintonía. Los reconozco por el fuerte contraste que se genera entre su sonrisa y la cara de ojete de la gran mayoría. Marchan con un andar que interpreto despreocupado (o resignado, pero para el caso aplica igual), acompasado y cabeceando al ritmo de lo que salga de sus auriculares. Porque es condición sine qua non, la música. 
Siento que me reconocen, también. Y los miro a los ojos, y me devuelven la mirada, muchos de ellos.


Los días de lluvia, como hoy, encuentro bastantes personas que, PREJUZGANDO ABSOLUTAMENTE, me caen bien. 

Y me siento un poco acompañado en mi mambo.     

miércoles, febrero 24, 2010

Y en el 2040...


La pregunta de Abril lo hizo entrar en una especie de trance.

Automáticamente, se levantó y entró al living. Dejó el ventanal abierto. No le importaba que se llenara de mosquitos. Dio un par de vueltas al sillón, rascándose la barba, reflexivo, y avanzó hacia el cuarto donde tenía el consultorio, en busca de la cigarrera. Con el brazo a medio estirar, cambió de decisión y tomó uno de los que solía llamar “careta”, cuando era joven. Se habían vuelto inconseguibles, con los años. Después de dos intentos, y de recoger el Zippo plateado (que nunca grabó) caído al suelo, logró encender el que se había llevado a la boca. No le gustaba que lo vean fumar sus hijos, razón por la cual cerró la puerta tras de sí. Al principio, pensó que el humo no lograría pasarle, tal era la opresión que lo asaltó en el pecho.
Se echó en el diván, entrecerró los ojos y comenzó a presionarse en las sienes con el pulgar y el mayor de la mano derecha, en un ritual al que solía entregarse en cada momento de meditación.

En esa ocasión, quería llegar a LA respuesta.
Representaba un verdadero desafío para alguien como él, a quien no podía escapársele nada y siempre debía tener todo bajo control.

Se ubicó en aquellos años, y trató de figurarse cómo era su vida entonces. Y la de ellos. Se avergonzó, un poco. Pero un poco nomás, porque siempre sostuvo que cada quién tiene sus tiempos y a él, respetando los suyos, tan mal no le fue, al final.


Fue para principios del 2010. Sí, estoy seguro, porque ese año salió campeón del mundo Argentina por primera vez con Messi. El del golazo de Palermo a Brasil. Después se vino la seguidilla. ¡¡Cómo jugaba ese equipo, madre mía!! ¡¡Cátedra le dimos a los africanos!!... Bueh, retomo. Qué costumbre que no pude perder nunca, esta de irme por las ramas. Para esa época yo estaba sin trabajar y de vacaciones de la facu. No puedo evocar a cuál de los laburos me había tocado renunciar. ¡Cómo odiaba la rutina! Por suerte, unos años después, entendí que era necesaria para mantenerme en eje. Es otra de las tantas cosas que le debo a ella. Sentí que se me venía el mundo abajo, cuando nos separamos. Decí que somos gente razonable y terminamos bien. ¡Puta madre, que no puedo seguir un hilo! Qué boludo, no me traje el cenicero. Después barro. Ellos estaban un par de pasos adelante. Establecidos en sus trabajos, con parejas estables, bien parados. Y estaban organizando su viaje a Europa…. ¡Eso es! Me voy ubicando, de a poco. Ahí empezó la distancia. Si le preguntara a ellos hoy, seguro que sostienen que fui yo el que se alejó. Ahora bien, después de tantos años, volviendo a hacer por enésima vez el análisis, concluyo que los tres fuimos responsables. Nunca supe qué pensaban ellos. Yo, que persistentemente promulgué el ir de frente y dar la cara siempre con la verdad, que hablando, y con buena predisposición, la gente se entiende. Yo fui un cagón. Digo, ojo, ellos tampoco se dignaron a contactarme. Y mirá que recursos teníamos de sobra. Recién salían esos grandotes, que tenían de todo. No me puedo acordar el nombre, carajo. ¿Blackberry, eran? Creo que sí. Esos y los Iphone. Ocupaban un bolsillo entero, qué incomodidad. Menos mal que con la Revolución se prohibieron esos aparatejos. ¡Qué loca que se puso la gente! Parecía que le estaban quitando su bien más preciado. Afortunadamente, no tardaron en darse cuenta lo mal que les hacía tanta comodidad. Qué manera de fomentar el sedentarismo. Los pibes ya andaban estúpidos, metidos en su mundito en 3D, interactuando nada más que con sus hologramas. Claro, tuvieron que esperar que llegara alguien que realmente se preocupara por la salud y la educación, y que tuviera los huevos suficientes. Y otra vez termino en cualquier lado… ¿Dónde mierda lo apago? No sé si habrá sido el orgullo o la cobardía el principal mal que afectó a nuestra relación. El tema es que nunca supe las razones. Y me resigné a que así querían ellos que fuera. Se buscaron amigos con los que tuvieran más cosas en común. Dejé de jugar en el equipo hasta que ellos se fueran de viaje, porque me resultaría muy incómodo. O porque tenía miedo a sentirme desplazado, para ser más preciso. Después volví, pero ellos no. Aunque con algunos de los muchachos mantuvieron el contacto. Así me iba enterando qué era de sus vidas. Luego empezaron a venir cada vez más jugadores de afuera, hasta que quedamos una minoría de los fundadores del glorioso Oscar Desei. Ahí decidimos cederles el nombre a ese grupo de extraños que nos iba postergando. Convengamos, igual, que nosotros ya nos estábamos poniendo viejos. Pero nos llevamos la mística. Hace unos meses me enteré que no jugaban más. Dale, sí, cerrá una maldita idea, alguna vez. En definitiva, no hubo UNA RAZÓN, UNA CAUSA. Se fue dando. Yo también, inevitablemente, me terminé apegando a otra gente. Los extrañé siempre. Y todos los días quiero llamarlos, a ver cómo les va. Quizás lo haga, cuando me sobreponga.


Cuando logró serenarse, salió del consultorio y encontró a su hija jugando con el perro, todavía en el jardín. La invitó a que llamase a su hermano Lionel para una ronda de mates. Ese domingo le tocaba elegir al padre qué escuchar. Optó por La Renga, el disco homónimo, el de la estrella. Sonrió al ver la cara de sorpresa de sus hijos. En ese momento no tenían ninguna posibilidad de hacerlo cambiar de opinión. Iban a tener que soportar “esa música de viejos”.
No había nada que disfrutara más que esos ratos en familia. Y esa tarde supo qué ingrediente agregarle para que resultara más especial, al menos para él. Finalmente, resolvió contarles quiénes eran y qué pasó con esos dos jóvenes amigos de la foto amarillenta, que conserva encuadrada, y que luce como reliquia en su escritorio. 

domingo, febrero 21, 2010

Casi-miento

    
     Esa misma tarde, llegaba del norte. Después de un larguísimo viaje, un taxi me llevó desde la terminal hasta la casa de un viejo amigo. Mientras, a la fuerza, volvía a acostumbrarme al caos del tránsito en la ciudad y pensaba en el tantísimo tiempo que, inexplicablemente, hacía que no hablaba ni me veía con él. Tampoco sé por qué, cuando llegué, me resultó entendible que no estuviera para recibirme.
     Me vestí en su cuarto. Me miré al espejo y me tiré un beso. El traje me quedaba una pinturita. Y también, con semejante percha… pensé para mis adentros, latiguillo del que hago abuso para burlarme de mis defectos.

     Me saludé con quienes estaban en la casa, pidiéndoles que se apuraran, por favor, que llegarían tarde al acontecimiento. Volví a subirme al mismo auto, que me esperaba en la puerta, todavía con mis bolsos en el baúl. De allí, directo al salón.

     Quedé encantado al llegar. Era todo como lo había pedido antes de irme. A decir verdad, me había quedado un tanto inquieto por haber dejado todo en otras manos, sin poder supervisar nada sino hasta minutos antes. Pero decidí confiar en quienes quedaron a cargo. Y su respuesta fue impecable. El lugar era sencillito, con una decoración muy delicada, muy cálido, íntimo. Perfecto.

     Mi tío, que estaba supervisando todo lo que tenía que ver con las conexiones eléctricas, me ayudó a bajar las cosas y pagó el viaje. Estaba junto con mi primo Hernán, que se encargaría de la música. Fue él quien me bajó de un hondazo de la palmera en la que estaba subido imaginando cómo acontecería todo, tan solo un rato después:
     - Subí que ya llegó mucha gente, andá a saludar y haceme el entre con las chicas del fondo - me dijo, mientras me señalaba unas escaleras que llevaban rectamente a un primer piso.

     Cuando terminé de luchar, con mis bártulos a cuestas, contra los escalones, me encontré con una recepción atestada de comida, muy digna de una fiesta organizada por mi familia. Es increíble el problema que tienen siempre para calcular cantidades, salvo cuando mi señor padre toma el control de la parrilla. Pero, claramente, no era el caso. Fueron todas las mujeres de mi familia, acompañadas por mi hermano y mi amigo Walter, los que me recibieron. Estaban emocionados, me extrañaban. Hacía más de un mes que no nos veíamos y, encima, el reencuentro era en tamaña celebración. Que uno no se casa todos los días.

     - ¿Cómo te fue en Córdoba? - me preguntó Wally que, o ya estaba medio puesto o nunca se enteró de dónde volvía.
     - Vengo de Salta, boludo – le solté mientras nos abrazábamos un poco a modo de saludo y, otro tanto, movidos por la emoción del momento. Es fuerte ver a un amigo de la infancia más temprana, con quien se comparte toda una vida, asumir un compromiso tan importante. Se pierde a un compañero de aventuras. Estuve en ese lugar. Significa una mezcla de angustia y ansiedad; el duelo y la tristeza, por un lado, por ese cómplice que nos deja una etapa atrás, y la felicidad embargante por verlo crecer, por otro.

     - ¡Qué refuerzo de lujo para nuestro equipo, papá! – gritaba, obviamente, porque no maneja otro tono, el Negro, entrando atrás mío. Claramente, “nuestro equipo” quería decir el de los casados, que sigue engrosando sus filas peligrosamente para el resto de la banda que todavía no quiere dar el brazo a torcer.

     Mi vieja, abuelas, tías, primas, todas con ojos vidriosos. Tan mujeres son, las de mi familia. Las saludé, abracé, besé y les comenté brevemente de mis andanzas por el altiplano. Que Pucará, que salinas, que peñas, que litros de vino patero, que cerros de mil colores, cementerios indios, enero tilcareño, viñedos, cardones, charangos, hojas de coca, y demases yerbas.   
     - Ya les voy a contar mejor, cuando tengamos tiempo, mujeres. Me parece que es momento de atender algunos asunticos un tanto más importantes, ¿no creen? – les dije con una media sonrisa, amablemente, buscando su aceptación. Sabía que con eso solo me las compraba y, a la vez, me las sacaba de encima por un rato.

     Haciendo una panorámica por el resto del ambiente, bastante grande, por cierto, encontré por un rincón al grupo de mujeres de las que me había comentado mi primo, escaleras abajo. Seguramente son sus invitadas, pensé, mientras me daba cuenta de lo poco que sabía de su vida. Sin embargo, con misterio y todo, me encanta.
     Me presenté como “el novio”, obviamente. Sonaba muy extraño, porque nunca lo fui sino hasta esa día. Es que se había cumplido el plazo. El noviazgo más corto del que alguna vez tuve conocimiento porque, en minutos, pasaría a ser “el marido”. No puedo negar que, cada vez que lo pensaba fríamente, se me retorcían las tripas y se me cerraba completamente el pecho, del cagazo.

     Estaba sumido en uno de esos estados, transpirando frío, cuando alguien que no logro recordar me hizo notar la hora que era y que ella no llega. Llamala.

     Y yo, que estaba como quería hasta ese momento, me llené de dudas, de miedos, de incertidumbre.
Con lo colgada que es esta mina… ¿se acordará que hoy es el día? ¿Qué se cumple el tiempo estipulado? No tendríamos que haber hecho esto así, tan desorganizado. Mínimamente, deberíamos habernos hablado. Pasame mi celu que la llamo. Ahí, en el bolsillo de atrás de la mochila. ¿Cómo que no está? No me digas que se me cayó en el taxi. Me quiero morir muerto. ¿Vos decís que no se acuerda? Pero si fuimos claros hace 5 años. Y era 15 de febrero. “Si no nos establecemos con alguien en 5 años, nos casamos”. Hoy es 15 de febrero, ¿no? Entonces sí, es hoy.


Y ahí me despertó un portazo…¡por dió!

viernes, febrero 19, 2010

Lo qué?

Con uds, Tabaré Cardozo y una gran letra...






Cualquier semejanza con alguna realidad, prometo que es pura coincidencia.





jueves, enero 07, 2010

La vida es como una caja de chocolates...



Habiendo sido el primer día en la semana cuyo clima lo permitió, ayer salí a correr junto con mi hermano y mi amigo personal El Gordo Mariano (ese es el nombre que figura en el documento, creo).
Ya desde antes de salir de casa, los comencé a pinchar para que sean considerados para con mi lastimoso estado físico. Que “hacemos quince cuadras y volvemos”, “si yo paro, ustedes me hacen el aguante”, “no me dejen tirado, no sean garcas” y demás frases por el estilo que se les ocurran que puedan ser de mi repertorio…

El tema es que soporté, INCREÍBLEMENTE, toda la ida y bastante de la vuelta. Hasta que me quedé sin energía. Caminé una cuadra, cuadra y media, y retomé el ritmo. Para ese momento, ya tenía a los chicos a más de una cuadra de distancia.





En el recorrido, a nuestro regreso, tenemos que cruzar la Av. Gral. Paz por un túnel y, luego,  hacer un tramo por colectora, a contramano de los autos. Como no quería que me llevara puesto un 21 hasta Puente La Noria, tuve que subirme y correr un poco por el pasto, alto como cancha de fútbol brasileña. Casi tan malo como correr en arena seca.

Eran las últimas 3 cuadras. Con el paso cansino, casi marchando, de lo lento que iba. Con la boca bien abierta, respirando mal, tratando de capturar la mayor cantidad de aire disponible.

No hay nada peor en esa situación, cuando ya siento la satisfacción de estar casi en la ducha, pero a la vez pudiendo desmayarme en cualquier momento, (porque un tipo como yo suele exagerar mucho TODO, y 300 metros pueden ser casi eternos); cuando ya no inhalaba por la nariz, sino por la boca, agravado mi estado por la capacidad de mis castigados pulmones muy limitada… decía, no hay nada peor en esa situación que la sensación de ahogo adicional que provoca el hecho de tragarme un mosquito. 




...nunca sabes qué te va a tocar.





lunes, enero 04, 2010

El sabor del reencuentro


El desarrollo personal hace que los caminos de los adolescentes y jóvenes, en pos de determinados fines, comiencen a bifurcarse, a desviarse, a hacer rodeos, a toparse con infinidad de obstáculos impuestos por todo tipos de agentes, tanto internos como externos. En esas situaciones, la toma de decisiones que implica sortearlos hace que uno se aleje, más o menos, de las cosas y contactos que tenía hasta ese entonces, a la vez que te acerca a otros. O también se puede optar por seguir solo. Una elección abre un abanico de posibilidades y nos enfrenta a universos nuevos, muchas veces. Cuando nos adentramos en estos territorios desconocidos, es necesario estar con los sentidos bien despiertos, ser perceptivos, juiciosos, y absorber como esponjas lo que sea pertinente de los buenos modelos que nos crucemos. Deberíamos alimentarnos de las experiencias positivas, las que nos dejen una enseñanza, a modo de recursos que podamos incorporar a nuestro yo y que estén disponibles en la caja de herramientas, cada vez que haga falta que la abramos.


No fue sólo que me vi, después de mucho tiempo, con un gran amigo de toda mi corta vida. Eso sólo, de por sí, ya es gratificante. Pero, a la vez, me encontré con una persona nueva, muy bien parada, coherente, inteligente, apasionada, con cualidades de lo más loables… lo que fue una sorpresa hermosa.

Fue doblemente beneficioso por dos motivos: cumplimos ampliamente con el objetivo principal de nuestra reunión, que era que nos instruyera y nos dé algunas ideas más para poder dar cuerpo a nuestro proyecto, dada su larga experiencia en una empresa similar; y, además, pude rescatar algunas cosas para mí.


Mi camino y el de este viejo compañero de mis primeros kilómetros de vida se distanciaron mucho. Pero, una parada en común, a mis 24 y sus 23 años de edad, hizo que volvieran a cruzarse.

Al margen de todo lo enriquecedor, concerniente a la iniciativa que nos movió a citarnos, me quedaron algunas otras cosas resonando, haciendo eco. Y, en momentos como este, que logro regalarme a mí mismo, suenan bastante fuerte.

En resumen, me contó una historia acerca del verdadero significado de tomar conciencia, tener voluntad y querer cambiar, para bien. Había escuchado, hasta esa noche, cantidad y variedad de cuentos con moralejas similares. Pero, si quizás a veces conmovíanme un poco, no lograban ser tan efectivas. Habrá sido el hecho de saber qué había antes y chocarme de frente con un inesperado después. El durante, la transformación de una estado a otro, era la incógnita. Me ilustró un claro ejemplo de cómo salir adelante en momentos de crisis existenciales. No voy a contar en qué consistió, porque sería hablar de la vida de otro sin su consentimiento.

Sólo quería referirles lo inspirador que alguien absolutamente impensado me resultó. Estén atentos.

Seguramente me haya cruzado con muchos otros personajes como este a lo largo de este casi cuarto de siglo, y no tuve la capacidad, por infinidad de razones, de reparar en ellos. Los dejé ir, quizás sin saber que teníamos algún trecho que podíamos recorrer juntos.

Como sea, no es cuestión de lamentar lo que no se hizo, sino de haberme dado cuenta que pude haberlo hecho y que, mejor aún, lo puedo hacer. A eso apunto.

Por esto, si se sienten un poco observados, en un futuro, mis queridos compañeros de ruta, quizás sea yo, no se sientan intimidados. Sólo estaré intentando aprender de ustedes.