Me empaco.
No creo en casualidades, señales, providencias, en nada que tenga que ver con o que roce de alguna manera al concepto de destino, en el sentido de que nos sea impuesto de antemano por algo o alguien omnipotente, invariable. Nada está escrito.
Pero…. tengo que admitir que, al menos, me llamó la atención lo que me pasó con algo tan insignificante, como lo es un mísero pedacito de papel negro, con cuatro palabras en blanco.
Todo empezó hace varios años, cuando me fue obsequiado. Fue una persona muy especial, que solía tener este tipo de gestos. Era increíble el efecto que tenían, sobre todo por su sencillez. Recuerdo que solía tener varios de estos papelitos con frasesitas en mi billetera (aunque la mayoría eran manuscritas).
En un determinado momento, mi camino y el de esta persona se separaron y volaron de la billetera todos, menos uno. Que era negro con cuatro palabritas blancas. De hecho, lo dejaba a la vista porque, en algunos descuidos, me agarraba desprevenido y seguía teniendo algún impacto. Decía: “ser feliz es fácil.” y estaba recortado de una publicidad en una revista. Creo que con eso explico lo de la simplicidad. Pero ahí mismo también se aprecia la sensibilidad de esta persona, los sentidos bien despiertos como para captarlo como mensaje y advertir que para alguien podía significar algo. Además de que esa era una filosofía según la cual yo veía que vivía. Y era admirable.
Como decía, era lo único que había conservado. Hasta que cambié de billetera.
La que dejaba, quedó olvidada al fondo de un cajón, junto con las demás desechadas, y con el papelito adentro.
Bastante tiempo después, me vi en la necesidad de hacer limpieza y lugar en mis placards, dándome una excusa, seguramente, para postergar algo que debía hacer. Como buen obsesivo, es lo más probable. La cuestión es que llegué a vaciar ese cajón y, revisando una por una las billeteras (a ver si la suerte me regalaba algún billetín olvidado), me reencontré con ese pedacito, que me hizo más ruido que ninguna otra vez. La sensación fue mejor que la de haber hallado dinero, casi.
A partir de ese momento, volví a tenerlo encima siempre. El tiempo que lo conservé coincidió con la etapa más disfrutable de mi vida en los últimos 5 años, extrañamente.
Y lo califico como extraño por lo sucedido este fin de semana que pasó…
Estas últimas semanas no fueron las mejores, precisamente. No encuentro tan fácilmente la felicidad como antes, ando medio retorcido, no todo es tan disfrutable. No me llenan las cosas de la misma manera. Estoy medio dejado. Y este regalito, que me fue hecho tantos años atrás, volvió a ser significativo. En cierto modo.
El sábado tuvimos fecha de campeonato. Jugábamos a la tardecita. Era un día del demonio: un calor y una humedad insoportables, que se hacían mucho más imposibles de aguantar al agregársele la multitud de mosquitos. Para nuestra felicidad, empezábamos a ver cómo el cielo se encapotaba, esperanzados en que se largue una lluviecita que nos refresque un poco.
Y se largó, nomás.
Pero la lluviecita fue un diluvio. Con aspiraciones, por unos minutos, de universal.
Corrimos un buen rato en esas condiciones, mientras se pudo, hasta que la cortina de agua no nos dejaba ver más allá de unos pocos metros, las ráfagas de viento casi nos movían y las gotas ya dolían. Fue casi media hora en la que nos empapamos. Nosotros, jugadores, y nuestros bolsos.
Tanto, que mi celular se ahogó y estuvo más de un día en terapia intensiva –por fin ayer dio señales de seguir con vida, por suerte- y que… tuve que volver a cambiar de billetera. La que venía usando todo este tiempo estaba muy mojada: los billetes, casi transparentes; las tarjetas y el resto de las boludeces que uno suele guardar, todas pegadas, desteñidas, desgastadas.
Cuando comencé a querer separarlas, fui teniendo éxito, hasta que, detrás de una tarjeta de un restaurante, estaba el ya harto nombrado papelito negro con letras blancas. Cuidadosamente, con las uñas que no tengo, quise ir despegando todo el contorno, para después tirar con suavidad, como para que no se rompa y poder dejarlo secándose.
En el primer intento, me quedé con mitad del pequeño rectangulito en mi mano y la otra mitad aún pegada en la tarjeta. Se cortó justo por las letras. No hay más mensaje.
Ya no es tan fácil ser feliz, parece.