domingo, febrero 21, 2010

Casi-miento

    
     Esa misma tarde, llegaba del norte. Después de un larguísimo viaje, un taxi me llevó desde la terminal hasta la casa de un viejo amigo. Mientras, a la fuerza, volvía a acostumbrarme al caos del tránsito en la ciudad y pensaba en el tantísimo tiempo que, inexplicablemente, hacía que no hablaba ni me veía con él. Tampoco sé por qué, cuando llegué, me resultó entendible que no estuviera para recibirme.
     Me vestí en su cuarto. Me miré al espejo y me tiré un beso. El traje me quedaba una pinturita. Y también, con semejante percha… pensé para mis adentros, latiguillo del que hago abuso para burlarme de mis defectos.

     Me saludé con quienes estaban en la casa, pidiéndoles que se apuraran, por favor, que llegarían tarde al acontecimiento. Volví a subirme al mismo auto, que me esperaba en la puerta, todavía con mis bolsos en el baúl. De allí, directo al salón.

     Quedé encantado al llegar. Era todo como lo había pedido antes de irme. A decir verdad, me había quedado un tanto inquieto por haber dejado todo en otras manos, sin poder supervisar nada sino hasta minutos antes. Pero decidí confiar en quienes quedaron a cargo. Y su respuesta fue impecable. El lugar era sencillito, con una decoración muy delicada, muy cálido, íntimo. Perfecto.

     Mi tío, que estaba supervisando todo lo que tenía que ver con las conexiones eléctricas, me ayudó a bajar las cosas y pagó el viaje. Estaba junto con mi primo Hernán, que se encargaría de la música. Fue él quien me bajó de un hondazo de la palmera en la que estaba subido imaginando cómo acontecería todo, tan solo un rato después:
     - Subí que ya llegó mucha gente, andá a saludar y haceme el entre con las chicas del fondo - me dijo, mientras me señalaba unas escaleras que llevaban rectamente a un primer piso.

     Cuando terminé de luchar, con mis bártulos a cuestas, contra los escalones, me encontré con una recepción atestada de comida, muy digna de una fiesta organizada por mi familia. Es increíble el problema que tienen siempre para calcular cantidades, salvo cuando mi señor padre toma el control de la parrilla. Pero, claramente, no era el caso. Fueron todas las mujeres de mi familia, acompañadas por mi hermano y mi amigo Walter, los que me recibieron. Estaban emocionados, me extrañaban. Hacía más de un mes que no nos veíamos y, encima, el reencuentro era en tamaña celebración. Que uno no se casa todos los días.

     - ¿Cómo te fue en Córdoba? - me preguntó Wally que, o ya estaba medio puesto o nunca se enteró de dónde volvía.
     - Vengo de Salta, boludo – le solté mientras nos abrazábamos un poco a modo de saludo y, otro tanto, movidos por la emoción del momento. Es fuerte ver a un amigo de la infancia más temprana, con quien se comparte toda una vida, asumir un compromiso tan importante. Se pierde a un compañero de aventuras. Estuve en ese lugar. Significa una mezcla de angustia y ansiedad; el duelo y la tristeza, por un lado, por ese cómplice que nos deja una etapa atrás, y la felicidad embargante por verlo crecer, por otro.

     - ¡Qué refuerzo de lujo para nuestro equipo, papá! – gritaba, obviamente, porque no maneja otro tono, el Negro, entrando atrás mío. Claramente, “nuestro equipo” quería decir el de los casados, que sigue engrosando sus filas peligrosamente para el resto de la banda que todavía no quiere dar el brazo a torcer.

     Mi vieja, abuelas, tías, primas, todas con ojos vidriosos. Tan mujeres son, las de mi familia. Las saludé, abracé, besé y les comenté brevemente de mis andanzas por el altiplano. Que Pucará, que salinas, que peñas, que litros de vino patero, que cerros de mil colores, cementerios indios, enero tilcareño, viñedos, cardones, charangos, hojas de coca, y demases yerbas.   
     - Ya les voy a contar mejor, cuando tengamos tiempo, mujeres. Me parece que es momento de atender algunos asunticos un tanto más importantes, ¿no creen? – les dije con una media sonrisa, amablemente, buscando su aceptación. Sabía que con eso solo me las compraba y, a la vez, me las sacaba de encima por un rato.

     Haciendo una panorámica por el resto del ambiente, bastante grande, por cierto, encontré por un rincón al grupo de mujeres de las que me había comentado mi primo, escaleras abajo. Seguramente son sus invitadas, pensé, mientras me daba cuenta de lo poco que sabía de su vida. Sin embargo, con misterio y todo, me encanta.
     Me presenté como “el novio”, obviamente. Sonaba muy extraño, porque nunca lo fui sino hasta esa día. Es que se había cumplido el plazo. El noviazgo más corto del que alguna vez tuve conocimiento porque, en minutos, pasaría a ser “el marido”. No puedo negar que, cada vez que lo pensaba fríamente, se me retorcían las tripas y se me cerraba completamente el pecho, del cagazo.

     Estaba sumido en uno de esos estados, transpirando frío, cuando alguien que no logro recordar me hizo notar la hora que era y que ella no llega. Llamala.

     Y yo, que estaba como quería hasta ese momento, me llené de dudas, de miedos, de incertidumbre.
Con lo colgada que es esta mina… ¿se acordará que hoy es el día? ¿Qué se cumple el tiempo estipulado? No tendríamos que haber hecho esto así, tan desorganizado. Mínimamente, deberíamos habernos hablado. Pasame mi celu que la llamo. Ahí, en el bolsillo de atrás de la mochila. ¿Cómo que no está? No me digas que se me cayó en el taxi. Me quiero morir muerto. ¿Vos decís que no se acuerda? Pero si fuimos claros hace 5 años. Y era 15 de febrero. “Si no nos establecemos con alguien en 5 años, nos casamos”. Hoy es 15 de febrero, ¿no? Entonces sí, es hoy.


Y ahí me despertó un portazo…¡por dió!