La pregunta de Abril lo hizo entrar en una especie de trance.
Automáticamente, se levantó y entró al living. Dejó el ventanal abierto. No le importaba que se llenara de mosquitos. Dio un par de vueltas al sillón, rascándose la barba, reflexivo, y avanzó hacia el cuarto donde tenía el consultorio, en busca de la cigarrera. Con el brazo a medio estirar, cambió de decisión y tomó uno de los que solía llamar “careta”, cuando era joven. Se habían vuelto inconseguibles, con los años. Después de dos intentos, y de recoger el Zippo plateado (que nunca grabó) caído al suelo, logró encender el que se había llevado a la boca. No le gustaba que lo vean fumar sus hijos, razón por la cual cerró la puerta tras de sí. Al principio, pensó que el humo no lograría pasarle, tal era la opresión que lo asaltó en el pecho.
Se echó en el diván, entrecerró los ojos y comenzó a presionarse en las sienes con el pulgar y el mayor de la mano derecha, en un ritual al que solía entregarse en cada momento de meditación.
En esa ocasión, quería llegar a LA respuesta.
Representaba un verdadero desafío para alguien como él, a quien no podía escapársele nada y siempre debía tener todo bajo control.
Se ubicó en aquellos años, y trató de figurarse cómo era su vida entonces. Y la de ellos. Se avergonzó, un poco. Pero un poco nomás, porque siempre sostuvo que cada quién tiene sus tiempos y a él, respetando los suyos, tan mal no le fue, al final.
Fue para principios del 2010. Sí, estoy seguro, porque ese año salió campeón del mundo Argentina por primera vez con Messi. El del golazo de Palermo a Brasil. Después se vino la seguidilla. ¡¡Cómo jugaba ese equipo, madre mía!! ¡¡Cátedra le dimos a los africanos!!... Bueh, retomo. Qué costumbre que no pude perder nunca, esta de irme por las ramas. Para esa época yo estaba sin trabajar y de vacaciones de la facu. No puedo evocar a cuál de los laburos me había tocado renunciar. ¡Cómo odiaba la rutina! Por suerte, unos años después, entendí que era necesaria para mantenerme en eje. Es otra de las tantas cosas que le debo a ella. Sentí que se me venía el mundo abajo, cuando nos separamos. Decí que somos gente razonable y terminamos bien. ¡Puta madre, que no puedo seguir un hilo! Qué boludo, no me traje el cenicero. Después barro. Ellos estaban un par de pasos adelante. Establecidos en sus trabajos, con parejas estables, bien parados. Y estaban organizando su viaje a Europa…. ¡Eso es! Me voy ubicando, de a poco. Ahí empezó la distancia. Si le preguntara a ellos hoy, seguro que sostienen que fui yo el que se alejó. Ahora bien, después de tantos años, volviendo a hacer por enésima vez el análisis, concluyo que los tres fuimos responsables. Nunca supe qué pensaban ellos. Yo, que persistentemente promulgué el ir de frente y dar la cara siempre con la verdad, que hablando, y con buena predisposición, la gente se entiende. Yo fui un cagón. Digo, ojo, ellos tampoco se dignaron a contactarme. Y mirá que recursos teníamos de sobra. Recién salían esos grandotes, que tenían de todo. No me puedo acordar el nombre, carajo. ¿Blackberry, eran? Creo que sí. Esos y los Iphone. Ocupaban un bolsillo entero, qué incomodidad. Menos mal que con la Revolución se prohibieron esos aparatejos. ¡Qué loca que se puso la gente! Parecía que le estaban quitando su bien más preciado. Afortunadamente, no tardaron en darse cuenta lo mal que les hacía tanta comodidad. Qué manera de fomentar el sedentarismo. Los pibes ya andaban estúpidos, metidos en su mundito en 3D, interactuando nada más que con sus hologramas. Claro, tuvieron que esperar que llegara alguien que realmente se preocupara por la salud y la educación, y que tuviera los huevos suficientes. Y otra vez termino en cualquier lado… ¿Dónde mierda lo apago? No sé si habrá sido el orgullo o la cobardía el principal mal que afectó a nuestra relación. El tema es que nunca supe las razones. Y me resigné a que así querían ellos que fuera. Se buscaron amigos con los que tuvieran más cosas en común. Dejé de jugar en el equipo hasta que ellos se fueran de viaje, porque me resultaría muy incómodo. O porque tenía miedo a sentirme desplazado, para ser más preciso. Después volví, pero ellos no. Aunque con algunos de los muchachos mantuvieron el contacto. Así me iba enterando qué era de sus vidas. Luego empezaron a venir cada vez más jugadores de afuera, hasta que quedamos una minoría de los fundadores del glorioso Oscar Desei. Ahí decidimos cederles el nombre a ese grupo de extraños que nos iba postergando. Convengamos, igual, que nosotros ya nos estábamos poniendo viejos. Pero nos llevamos la mística. Hace unos meses me enteré que no jugaban más. Dale, sí, cerrá una maldita idea, alguna vez. En definitiva, no hubo UNA RAZÓN, UNA CAUSA. Se fue dando. Yo también, inevitablemente, me terminé apegando a otra gente. Los extrañé siempre. Y todos los días quiero llamarlos, a ver cómo les va. Quizás lo haga, cuando me sobreponga.
Cuando logró serenarse, salió del consultorio y encontró a su hija jugando con el perro, todavía en el jardín. La invitó a que llamase a su hermano Lionel para una ronda de mates. Ese domingo le tocaba elegir al padre qué escuchar. Optó por La Renga , el disco homónimo, el de la estrella. Sonrió al ver la cara de sorpresa de sus hijos. En ese momento no tenían ninguna posibilidad de hacerlo cambiar de opinión. Iban a tener que soportar “esa música de viejos”.
No había nada que disfrutara más que esos ratos en familia. Y esa tarde supo qué ingrediente agregarle para que resultara más especial, al menos para él. Finalmente, resolvió contarles quiénes eran y qué pasó con esos dos jóvenes amigos de la foto amarillenta, que conserva encuadrada, y que luce como reliquia en su escritorio.