miércoles, agosto 24, 2011

Adiós... (complete con su banda favorita)

   Yo sé que estoy monotemático. Pero esto es distinto. Os prometo. Sí, voy a entrar por lo mismo con que les vengo quemando la cabeza personalmente hace unos días, aunque con la idea de salir por otro lado. Lleguen al final y van a ver...

   Hace menos de una semana me caminé unas cuantas cuadras de la avenida Corrientes en busca de Un Dios Aparte, el libro nuevo de  Miguel Ángel Dente, sobre Charly García. Como salió hace poco, en algunas librerías que sabían de su lanzamiento, me dijeron que todavía no se lo habían llevado. En el resto, ni la más pálida idea. Lo quería para esa misma noche porque tenía que responder a una consigna de TEA para la que necesitaba algunos datos, que no sabía, y para cuya obtención tenía prohibido recurrir a internet y no tenía la credencial para sacar material del archivo. Quiero decir que no hubiera tenido problemas en esperar unos días más para comprarlo, pero estaba en la calle y necesitaba contar con esa información para escribir un breve perfil sobre García.

   Entonces, me llevé No Digas Nada, de Sergio Marchi. Un libro que ya me hubiera devorado si no fuera por mis ganas de interiorizarme en cada cosa que leo, lo que enlentece considreablemente la lectura. A medida que detalla cada momento de la vida del genio, describe algún show, o cuenta cómo se concibió tal o cual tema o álbum, me veo en la necesidad de remitirme a los respectivos discos, a los videos, a las entrevistas que cita o a cualquier otra referencia que pueda encontrar.

   Entiéndanme: yo empecé a escucharlo para la época en que este periodista terminaba de escribir su última edición, actualizada, allá por 2007. Soy un aliado de los más frescos y es mucho lo que ansío conocer.
 
   Ahora bien, todo esto es preámbulo para invitarlos a pensar en algo.
En el capítulo 5, titulado "Los Dinosaurios", cuenta, entre otras cosas, cómo fue el último show de Sui Generis. Dos funciones el mismo día (5 de septimebre de 1975) en un Luna Park que explotó. De hecho, fue la primer banda en llenar el mítico estadio porteño con 25.600 espectadores.

   Vean esto:



   Mientras miraba el video, no podía dejar de ponerme la pilcha de cada uno de esos pibes setentosos. Piel de pollo (nunca de gallina), y tuve que enjugarme los ojos alguna que otra vez.
   ¿Se imaginan estar en esa situación? Digo, siendo parte del público, obviamente. (Sé que algunos de los poquísimos que me leen son amigos músicos, no quiero jugar con sus sueños o susceptibilidades) Me refiero a tener la certeza de que están presenciando la última presentación en vivo de su banda favorita. La que los marcó y los acompañó en momentos inolvidables. Con la que se sienten más identificados. La que les canta a uds, poniéndole letra y música a sus vida. No me hace falta ser mucho más explícito, ¿verdad? Para sumar, están en su momento más exitoso y acaban de sacar un disco del carajo.

   ¿Cómo lo vivirían? ¿Cómo se prepararían para esa fecha? ¿Qué sensaciones los embargarían?
   No puedo dejar de pensar en si Los Redondos hubieran dado el preaviso. O si La Renga decidiera poner un repentino fin a su carrera. O si Pedrito Aznar o García no quisieran tocar nunca más. Sólo por poner a los más grossos de los contemporáneos que más me marcaron...

   Cuéntenme, denle, activemos un poco este espacio. Devuelvan la pared.

sábado, agosto 13, 2011

Happy & Real

   “Un amigo de mi tío conoce al dueño. Le dijo que hace un par de fines de semana que viene tocando”. Uno se entera así de estos acontecimientos: por un amigo de un amigo de un amigo. Tengo que admitir que desconfiaba de la data. Hasta que no lo viese, no lo iba a creer. Mi amigo personal, el Dr. Nicolás, fue quien me dio la noticia y me pasó a buscar para ir anoche hasta el Soul Café, en la re concheta zona de Las Cañitas. El Gato completaba el tridente.

   Supuestamente, en principio, comenzaría a la medianoche. Fuimos tempranito, pensando que, quizás, por llegar con tiempo, podríamos conseguir un buen lugar y el derecho de ver el show. Show, por otro lado, que no teníamos ni idea en qué podía llegar a consistir, cuánto iba a durar, con qué banda estaría, qué temas haría…

   Llegamos y lo primero que hizo Nicolás fue encarar a una empleada cuya función era ubicar a la gente en distintos sectores según lo que fueran a consumir. La chica confirmó que iba a tocar, pero no sabía decirnos si podríamos verlo. Era algo más bien privado. Primera alarma. Deliberación en la mesa acerca de cómo proceder. Mi intento de ser prudentes y no caer muy pesado a quien tenía que dejarnos pasar chocó de frente con la decisión de mis amigos. Por suerte, eran dos contra uno. Su método fue eficaz. De nuevo Nico, sin dudas, el más mandado de los tres. Ahora fue a por el encargado del lugar, que encendió la segunda alarma: no podía asegurar siquiera que fuera a presentarse el artista en cuestión. Plantando esa incertidumbre, se libró de tener que contestar si dejaría pasarnos o no. Nuevamente a debatir qué haríamos. 
  
    Fuimos a verlo. Teníamos que verlo.

   La misma escena de antes. Yo contra Nico y el Gato, por las dudas llegara a venir. En el medio, mientras desfilaban unas cuentas cervezas, atosigábamos un rato a la camarera. Dio buenos frutos. Logramos sacarle algo que nos hizo volver a tener esperanzas: “Toca a las dos”. Ya estaba. Faltaba nada, una horita. Realmente estábamos demasiado ansiosos, por no decir que empezábamos a desesperarnos. Y había una sola cosa que podía lograr que nos pusiéramos peor. Una cosa que pasó. “Ey, ey, ey”, fue todo lo que le salió a Nico, que lo vio venir de frente, con los ojos abiertos como el dos de oro. Yo estaba de espaldas a la puerta, por lo que no tenía idea de a qué se refería. Charly García se acercaba, estaba pasando a un metro de nuestra mesa, abrazado a su novia. Tan cerca que lo tocaba si estiraba mi brazo. Pero no había manera: quedé paralizado.

   Ahora llega la parte en que pierdo la poca objetividad que venía manteniendo. Primero, tengo que aclarar que ninguno de los tres había estado nunca tan cerca de él. Y que los tres sentimos una adoración absoluta. Estoy pensando cómo, pero me cuesta mucho describir las sensaciones que me invadían. Pocas veces me ha pasado que me tiemblen las piernas tanto por el nerviosismo, por ejemplo. El corazón me dolía de cómo latía. No por lo rápido, sino por lo fuerte. Me agarró calor. Me dolió la panza. Estuvimos unos segundos sin poder hablarnos. ¿Viste todos los síntomas esos que suelen enumerarse para describir el enamoramiento? Bueno, eso mismo es lo que sentía.

   Me acordé de algunas personas. De Florencia y su listita con 5 temas, elegidos por ella, que eran por los que yo tenía que empezar a escuchar a Charly. No podía entender que yo no lo escuchara hasta ese entonces. De Julieta, con quien compartimos algunos fanatismos. Éste, entre ellos. De Camila y el cuadro del más grande que me mostró que tiene en una de las paredes de su departamento. De Anabella, que me acompaño en mi primera vez en un recital de García. Y de alguna otra que no creo pertinente nombrar. Me dieron ganas de compartir el momento con todas ellas, pero el hecho de que fueran la 1 a.m. me hizo no querer molestar.

   Bueno, vuelvo al tema de cómo íbamos a hacer para verlo.

   Nico quitó lugar a todo tipo de especulaciones. Se levantó (que es una manera de decir, porque estaba más alto sentado en la banqueta) y fue a buscar al que le habían marcado como el primo del dueño de Soul, que era el que realmente cortaba el bacalao. Como respuesta, consiguió un “vení a verme a la 1.50 que pasan”. Genial. Era sólo cuestión de esperar. Lo que no era una tarea tan sencilla como suena. Los minutos y las cervezas fueron pasando, a medida que ascendía nuestro nivel de ansiedad y se copaba el acceso al ambiente donde se daba el recitalito. Temimos que se llenara y no hubiera lugar, honestamente, por lo que tiramos un par de líneas por ahí, por si las moscas. Unas amigas de una de las camareras y un grupo de pibes que venían con un músico de la banda eran depositarios de nuestras últimas chances, en caso de que nos fallara el plan A.

   Por suerte, no falló. A pesar de un rato de zozobra, en el que la cosa pareció complicarse (para nosotros, únicamente), ya varios minutos pasados de las dos de la mañana, nos hicieron pasar cuando promediaba el primer tema: Shisyastawuman. Nuestra espera, nuestras caras de lástima, los avances de Nico, la palabra del primo del dueño y la atención de la primera empleada que nos había recibido, todo ese combo junto, dio resultado.

   Éramos no más de 200 personas. Los chicos dicen que menos. Es probable, no soy muy bueno calculando esas cosas. El ambiente no era muy amplio. Todos los invitados estaban ubicados en mesas y sillones desde los que veían el escenario de frente. El resto, la plebe, nosotros, de parado, contra la pared del fondo, en el pasillo que da al baño. Pero qué más daba. Estábamos viendo a Charly García a poquísimos metros de distancia en una experiencia que, al menos para nosotros, era única. Los músicos estaban casi a la altura de la gente, en una tarima que no superaba el medio metro. En el extremo derecho, el teclado, él. En el centro, el Zorrito Von Quintiero (aplausos, por favor) en el bajo. A su derecha, Fernando Samalea en batería y, más allá, la guitarra.
   
   La lista de temas fue casi totalmente improvisada. Arrancó con el ya mencionado, seguido de una hermosa versión de Dinosaurios. Habrá sido lo único previsto. A partir de ahí, comenzó a interactuar con el público y a atender sus demandas en cuanto a la elección de las canciones. En un show que duró alrededor de dos horas y que cerró, a pedido, con No Se Va A Llamar Mi Amor, pasó por clásicos como Chipi Chipi, Demoliendo Hoteles, Rezo (“Esta la compuse con Spinetta. Hoy compone cualquiera.”), La Sal No Sala, Raros Peinados Nuevos, No Voy En Tren, entre otros.

   Hubo momentos especiales. Como cuando le dedicó un tema a su novia por el cumpleaños, con cantito incluido de la gente, o cuando pidió un aplauso para el ex Serú Oscar Moro, en el medio de una llamativa interpretación de Seminare. Según el Zorrito, que de a ratos tuvo que remar con dos cucharitas de helado en un pileta de dulce de leche, la más rápida que se haya escuchado. Seguida a esa perla, hizo Aprendizaje, para sorpresa de todos. Y también hubo tiempo para un segmento Beatle, que anoche fue de sólo un tema: Ticket To Ride.
   

   Se lo vio bien, contento, accesible, amable. Durante y después del show. Quedó lejos la etapa de las peleas con el público, los desplantes, los excesos, los escándalos. Claro que no está en perfectas condiciones. En los olvidos de las letras o cuando se traba al hablar se notan las secuelas que dejo su vida pasada. Esa que, por suerte, parece haber dejado atrás. De todas maneras, la atención hay que ponerla en los ratos de lucidez. Generalmente, al teclado.

   Tras el recital, ocupó su mesa a un costado del escenario en la que quedó rodeado de su novia y los músicos. Tímidamente, el público se fue arrimando, de a poco, para saludarlo o llevarse alguna foto como recuerdo. Nico y el Gato consiguieron la suya. De buena gana, García repartió besos y sonrisas, ante la cara de disgusto de su pareja, que lo marcaba de cerca.

   De a poquito, el salón se fue vaciando. Como quien no quiere la cosa, nosotros también emprendimos la retirada, pero no llegamos más allá de la barra. No íbamos a dejar el Soul Café tan rápidamente. Necesitábamos un rato para bajar y, de paso, tomarnos unas burbujas para brindar por semejante noche. Redonda. Inolvidable.